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sábado, 25 de noviembre de 2017

Viajar en tren

Me gusta viajar en tren.  Me gusta mirar por la ventana y ver esos sitios que normalmente no vemos.  Un tendal, un carro, un jardín... Me gusta el vaivén, el traqueteo, el chacachá.  Es algo magnético, algo que mece mis ideas y mis pensamientos. Creo que me gusta tanto el tren, porque tiene un aire romántico, un aire de pasado.  Es envolvente, es atractivo, atrapa. Mi imaginación vuela, y cuando quiero darme cuenta estoy en un tren de principios del siglo pasado, en el restaurante, escribiendo una novela costumbrista, mientras tomo el té y al tiempo, está ocurriendo un asesinato tres vagones hacia atrás.  Demasiada Agatha Cristie cuando era pequeña. 
Me gusta el tren y me gustan casi más, las estaciones.  Suelen ser ruidosas, pero a la vez silenciosas. Se oyen los motores, los metales, los pitidos... Pero los pasajeros suelen mantener un relativo silencio, como si el viajar en tren fuera algo sagrado, algo a lo que debemos respeto.  O quizás estemos todos sospechando unos de otros, esperando a que un sagaz detective un tanto petulante, aparezca y resuelva el misterio... Esta vez, demasiado Poirot en mi niñez.
No sé, quizás el tren me guste tanto por todo lo que evoca, por el anonimato, porque al final todos vamos hacia algún sitio.  Somos viajeros y vamos a Lisboa en tren de lujo a velocidad exprés.  Demasiado Mocedades...

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